No existe una escuela que enseñe a vivir
Por Mónica Balderrín*
Son los versos de Charly García en la bellísima canción “Desarma y sangra”. Por cierto, absolutamente reales. El desafío que se nos plantea a lxs docentes es tratar de que lo que se aprende en la escuela sirva para la vida. Pero en muchos casos no sabemos qué vida. Nuestrxs alumnxs tienen vidas y realidades únicas y el futuro que les espera es un interrogante tanto para ellxs como para nosotrxs.
Es por ello que como docentes debemos estar preparadxs para cambiar, evolucionar, avanzar y transformarnos. No podemos quedarnos con la formación que recibimos en los profesorados ya que, en general, tienen poca formación académica, son escasas las modificaciones significativas en la currícula y lenta la adecuación a las realidades que van sucediendo en las escuelas. Como, por ejemplo, formar a maestras y profesores para aulas inclusivas, con perspectiva de género o cómo implementar la ESI.
La capacitación debe ser permanente en distintos temas ya que no sólo debemos formarnos en nuestra área de expertise, sino también en otros aspectos tales como habilidades, tecnología e inclusión.
Históricamente, el foco del aprendizaje ha sido puesto principalmente en los contenidos. Era importante recabar datos, memorizar fechas, enunciar reglas y en muchos casos un mismo contenido era abordado, año tras año, sin implicar mayor complejidad. En la actualidad, el reto es que lxs estudiantes desarrollen habilidades como evaluar, analizar, comprender, etc. Todas ellas pueden ser aplicadas en diferentes contextos, no solo en la escuela, sino especialmente en “la vida”.
Hasta el 2020 la tecnología se filtraba en las escuelas a través de “la hora de computación”, las computadoras que dio el Estado o los celulares de lxs alumnxs. Pero la pandemia provocó una revolución. Todas y todos nos vimos en la necesidad de utilizar y aprender sobre dispositivos, aplicaciones, sitios, etc. La tecnología nos inundó y, en mayor o menor medida, logramos salir a flote. Hoy por hoy la tecnología forma parte de los recursos que, como docentes, utilizamos para que nuestrxs estudiantes logren aprendizajes más genuinos.
Durante años una de las funciones de la escuela ha sido la de unificar y normalizar. Todo era funcional a esos preceptos. Todos aprendían lo mismo, de la misma manera y en el mismo período de tiempo. De la mano de la inclusión, entró en las aulas la diversidad, en su significado más amplio. Es decir, cada cual tiene necesidades e intereses diferentes y, por lo tanto, aprende de distinta manera y en un tiempo que no es uniforme. Es aquí donde se encuentra un verdadero desafío para lxs docentes ya que es fundamental conocer dichos intereses y necesidades para poder individualizar las actividades y los modos de enseñar.
Dentro de este paradigma, la perspectiva de género nos lleva a seguir profundizando. Ya no existe un alumno hegemónico y los derechos que se han adquirido en ese sentido nos obligan a dejar de lado nuestros prejuicios, nuestras creencias y nuestras maneras de ver la vida, para poder ser lxs mejores docentes que podamos ser.
* Mónica Balderrín es maestra de grado, con 30 años de carrera, en escuelas primarias tanto de la gestión pública como privada. Realizó diversas capacitaciones y cursos en diferentes áreas y temáticas. Realizó la Diplomatura de ESI (Aula Abierta), se formó en Educación por proyectos con Rebecca Anijovich, en Didáctica de las Ciencias Sociales en el CIE, Lomas de Zamora.