Los cambios en la lengua. En torno al lenguaje no binario.

Por Vera Senderowicz Guerra*

Muchas de las instituciones que asumen una posición de autoridad lingüística —y que cumplen la función de dictar normas que tienen como objetivo velar por un correcto uso de la lengua— se valen con frecuencia de argumentos (pseudo) lingüísticos a la hora de permitir y de prohibir diferentes cambios y transformaciones que surgen del uso cotidiano de la lengua por parte de sus hablantes. Un ejemplo muy claro es el caso del lenguaje no binario o inclusivo.

Con argumentos (pseudo) lingüísticos nos referimos a una serie de razonamientos que —sin demasiado sustento— se presentan como si fueran producto de un estudio y de un análisis científico del modo en que funciona la lengua. Si bien no hay dudas de que el lenguaje —al igual que cualquier producto social— es intrínsecamente político, y no constituye entonces un objeto únicamente abordable desde una perspectiva puramente científica, creemos, por un lado, que es posible y necesario construir una mirada especializada que no pierda de vista el aspecto político de los usos de la lengua y, por otro, que la apelación a determinados argumentos —que se pretenden científicos pero no contemplan las premisas más básicas acerca del funcionamiento de la lengua— resulta tendenciosa y responde principalmente a intereses ideológicos y políticos, en los que el discurso pseudo lingüístico no es más que una herramienta retórica.

Es por eso que, desde el marco de la lingüística, disciplina que tiene a la lengua como objeto de estudio central, creemos que es fundamental analizar y desarmar estos argumentos para ofrecer así una respuesta contundente. Con este objetivo, tomaremos como punto de partida algunos fragmentos del Curso de Lingüística General que Ferdinand de Saussure (considerado el padre de la lingüística moderna) dictó a comienzos del siglo XX en la Universidad de Ginebra, donde comenzó a dar forma a algunas cuestiones que contribuyeron a delimitar la lengua como objeto de estudio.

1. La lengua es un punto de intersección entre diversos campos: “Es a la vez un producto social de la facultad del lenguaje y un conjunto de convenciones necesarias adoptadas por el cuerpo social para permitir el ejercicio de esa facultad en los individuos”.

Como la lengua se ubica en medio de este cruce entre diversos dominios de la vida social, no es posible separar el aprendizaje de las “normas lingüísticas” del aprendizaje de sus diferentes usos ni del aprendizaje de sus efectos e implicancias identitarias y sociales, así como no es posible pretender que la lengua permanezca estática e impermeable a sociedades que se encuentran en constante cambio. Un ejemplo bastante claro de esto último —que nada tiene que ver con el lenguaje no binario— es la constante incorporación de términos que provocó la pandemia a partir del 2020: conceptos como contacto estrecho o nueva normalidad pasaron a ser parte de nuestro vocabulario más cotidiano.

2. La lengua es individual y colectiva a la vez: “Es un tesoro depositado por la práctica del habla en los sujetos que pertenecen a una misma comunidad, un sistema gramatical virtualmente existente en cada cerebro, o, más exactamente, en los cerebros de un conjunto de individuos, pues la lengua no está completa en ninguno, no existe perfectamente más que en la masa”.

Si bien un individuo no tiene la capacidad de modificar la lengua por voluntad propia, una vez que determinadas formas nuevas empiezan a ser reconocidas por al menos un conjunto de hablantes de una determinada lengua de manera tal que apelan a esa forma para comunicarse, para dar a entender un significado en particular, se puede considerar que esa forma es parte de la lengua, justamente porque existe en la masa.

3. La lengua es un sistema de signos cuya “más exacta característica es la de ser lo que los otros no son […] la prueba está en que el valor de un término puede modificarse sin tocar ni a su sentido ni a su sonido, con sólo el hecho de que tal otro término vecino haya sufrido una modificación”.

Los valores de los términos de la lengua no solamente se modifican en lugar de quedar fijos, estáticos, y estancarse, sino que además provocan también modificaciones en los valores de otros términos de la lengua. De este modo, una modificación pequeña —quiero decir: a priori sin implicancias ideológicas, una modificación que no genera en principio polémica (ni prohibición) alguna— puede derivar en una modificación más significativa. Y si se ejerce entonces un control sobre el cambio lingüístico, ¿dónde se establece el límite? ¿Las modificaciones “pequeñas” tampoco deben ser “aceptadas? Desde esta perspectiva, resulta evidente el carácter ideológico —y no-lingüístico— de la prohibición de ciertas transformaciones. Así, la lengua cambia en parte por la “acción humana” pero, en definitiva, cambia “sola”, porque la transformación constante es parte intrínseca de su funcionamiento: no puede imponerse el cambio, pero tampoco el no-cambio. Desde el punto de vista educativo, resulta quizás más interesante observar entonces estas variaciones, tanto diacrónicas (cambios a lo largo del tiempo) como sincrónicas (variantes que existen al mismo tiempo pero en espacios o contextos diversos), así como reflexionar acerca de la noción de registro, que consiste en la adecuación del tipo de lenguaje a las diferentes situaciones que experimentan los individuos en la vida en sociedad.

4. La lengua no es exactamente lo mismo que el habla: “Sin duda, ambos objetos están estrechamente ligados y se suponen recíprocamente: la lengua es necesaria para que el habla sea inteligible y produzca todos sus efectos; pero el habla es necesaria para que la lengua se establezca; históricamente, el hecho de habla precede siempre. ¿Cómo se le ocurriría a nadie asociar una idea con una imagen verbal, si no se empezara por sorprender tal asociación en un acto de habla? […] , el habla es la que hace evolucionar a la lengua: las impresiones recibidas oyendo a los demás son las que modifican nuestros hábitos lingüísticos. Hay, pues, interdependencia de lengua y habla: aquélla es a la vez el instrumento y el producto de ésta. Pero eso no les impide ser dos cosas absolutamente distintas”.

Si bien es importante reflexionar acerca de las reglas según las que funciona la lengua, el habla siempre impondrá innovaciones que las harán entrar en crisis y volverán necesaria su reconsideración. Es algo similar a lo que ocurre con la Ley: una vez establecida, los constantes cambios de paradigmas y de las convenciones sociales volverán indefectiblemente necesaria su revisión y modificación. Esto no significa que la existencia de reglas sea completamente fútil, sino que su vigencia no puede darse por sentada y su legitimación no puede ser tautológica: una regla no está bien simplemente porque es la regla.

Si bien el del lenguaje inclusivo o no binario es un tema de particular importancia hoy en día, fundamentalmente porque se relaciona con cuestiones identitarias y vinculadas con la discriminación, no es el único caso en el que las normas de la lengua han ejercido cierta presión para resistir el ingreso de prácticas del habla a los espacios educativos: Roberto Fontanarrosa reflexionó sobre estas cuestiones con respecto a las llamadas “malas palabras” y Gabriel García Márquez hizo lo propio con la ortografía.

* Vera Senderowicz Guerra es licenciada en Letras (UBA), docente e investigadora (UNTREF).

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