Libros

Por Ana Eichenbronner*

Uno. Tengo cuatro o cinco años y la seño Laura está buscando un librito. Va a empezar a leer.  Estoy sentada junto a otrxs como yo en un espacio que llamamos “el rincón de la lectura”. Aún no sabemos leer, pero sin dudas estamos leyendo porque sentimos la emoción de escuchar las historias que están guardadas allí adentro y que nos transportan muy lejos del jardín, de nuestras propias vidas, de nuestras familias. El mundo es enorme, mágico, colorido, maravilloso. Mi mundo se está llenando de seres y de aventuras. Ansío aprender las letras, poder leer esos objetos mágicos yo sola. Ansío también leer en voz alta, como la seño Laura, leer para mí y para otros. Deseo además escribir yo misma las historias que imagino.

Dos. Las historias del elefante Babar, los cuentos clásicos, los libros de la colección Robin Hood, los manuales de primaria, las enciclopedias, el descubrimiento de la poesía de Gabriela Mistral, de Elsa Bornemann, mi abuelo recitando poesía en gallego. Las historietas que devoramos mi hermano Pablo y yo cada verano, el local de revistas y libros usados en Atlántida. Las ganas de que no terminen las historias, el miedo de que se acaben. El descubrimiento de que son casi infinitos los libros. La feria del libro que a los doce años me deja extasiada. La profesora del secundario que nos ayuda a desentrañar sentidos a los hermosos cuentos de Cortázar, de Carlos Fuentes, una novela de Margarite Durás, la poesía de Borges y de Miguel Hernández, el teatro de Lorca. La misma profesora, Gabriela, ofreciéndome, generosa, un libro de Saer. El encuentro con innumerables libros que me conmueven. El deseo de leer más, de leer mejor. El deseo de escribir sobre los libros que leo.

Tres. Leemos con mis alumnes un canto de La Odisea.  Estamos todxs con Ulises, muertos de miedo. Va a descender al inframundo. Ya ha rechazado la oferta de Calipso, la de convertirse en un dios, eligió en cambio ser mortal y regresar a Ítaca junto a los suyos, pero no podrá hacerlo si antes no visita a los muertos. No queremos que suene el timbre, deseamos que sobreviva Ulises y nos lleve con él a su islita. Sus historias pasan de voz en voz y a cada rato interrumpimos la lectura porque se nos ocurre algo que queremos compartir.

Cuatro. En los espacios de capacitación docente va a comenzar una de mis actividades favoritas: distribuyo sobre las mesas varias decenas de libros de todo tipo, de historia, antologías, cuentos infantiles, novelas de autores contemporánexs, ediciones muy originales de poesía. Todos de mi biblioteca, todos entrañables para mí. Cada profe va a elegir uno o dos y nos va a contar qué ha motivado esa elección. Cada libro va a provocar un sinfín de relatos relacionados con la historia personal de cada lector. Siento cierto pudor, como si estuviera desnuda. Mis libros hablan también de mí, de mis pasiones.

* Ana Eichenbronner (1974) es profesora y licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Es miembro del Grupo de Estudios Caribeños (ILH, UBA) dirigido por Celina Manzoni. Actualmente cursa la carrera de Doctorado en Literatura (UBA) especializándose en narrativa cubana contemporánea, investigación para la cual obtuvo el apoyo de una beca UBACyT. Se desempeña como profesora en Escuelas Secundarias de la Provincia de Buenos Aires, en la Universidad del Cine, en la UNSAM y en Escuela de Maestros (CABA)

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