Las afecciones orgánicas tempranas y el desarrollo emocional
Por Julia Peltrin*
En las prácticas profesionales que llevamos a cabo, tanto en el ámbito de la salud como en el ámbito escolar, solemos encontrarnos con niños y niñas que, al momento de su nacimiento o en sus primeros años de vida, han sido diagnosticados desde la medicina a causa de la presencia de afecciones orgánicas.
Es frecuente observar cómo la enfermedad médica y, en muchas ocasiones, el haber acentuado el carácter fatal de la patología orgánica al momento del nacimiento o en la temprana infancia, han conllevado consecuencias en la constitución del sujeto psíquico.
La palabra afección, según la Real Academia Española, se define como “enfermedad”; pero también indica que afección tiene otros significados menos usuales como “pasión del ánimo” y “afición o apego”: “La psiquis del hombre siempre ha revelado una particular afección por los héroes” (RAE: Diccionario de la lengua española, 23° ed., [versión 23.5 en línea]).
Si bien el padecimiento de la enfermedad médica afecta al organismo, no debemos olvidar que la disposición del ánimo de aquél/aquélla que encarne la función materna hacia el recién nacido, también “afecta” al organismo, permitiendo la constitución del cuerpo simbólico y la inscripción de la subjetividad.
La presencia del agente de crianza, en tanto Otro, tesoro de los significantes, con su mirada y sostén materno, brindará al infans de manera anticipada una imagen unificada que será asumida con alegría. Primera imagen alienada, tanto a la identificación especular como a la cadena de los significantes, ambas sostenidas y provistas por el Otro, que funciona como una unidad ortopédica ante la incoordinación motora que presenta todo bebé al momento de su nacimiento.
El narcisismo primario que suponemos se constituye en la primera infancia, lo podemos asir, como nos indica Freud, a partir de la observación de la disposición y gestos tiernos de los progenitores hacia su hijo/a. Mediante este vínculo afectivo materno y paterno-filial, regido por la sobreestimación al recién llegado, podemos inferir la marca inequívoca de lo que consideramos “estigma narcisista”, fundador de la subjetividad.
En el desarrollo del pequeño o la pequeña que ha nacido con una anomalía genética, congénita o que es adquirida luego, suele observarse un desarreglo y una desorganización en el plano de las identificaciones, plano que permite el armado de la constitución del yo y del sujeto del inconsciente.
Como indica Maud Mannoni, ante la presencia de la enfermedad del niño o la niña, la madre se sentirá afectada en el plano narcisista, ya que suele haber una pérdida repentina y desapacible de toda señal de identificación, generando una mayor discordancia en la anticipación temporal de la imagen unificada nombrada anteriormente: el júbilo y la alegría con que dicha imagen es asumida, no son de habitual observación. Las familias se encuentran inmersas en una vivencia disruptiva y abrumadora que conlleva como consecuencia, en muchas ocasiones, la obturación del despliegue del narcisismo parental sobre su hijo/a.
Ante lo vivenciado, es frecuente que las conductas impulsivas por parte de las familias, en particular de la madre, se hagan presentes; conductas, que muchas veces son nombradas por los profesionales, como “comportamientos díscolos”
Considero importante tener en cuenta que las respuestas indóciles, las conductas impulsivas y los comportamientos perturbadores por parte de las familias, son modos de las manifestaciones del sufrimiento ante la situación que están viviendo. Son la presencia en el aparato anímico del dolor, la angustia y, en algunas ocasiones, el horror, ante una imagen de sí en la que ya no es tan fácil reconocerse.
Desde mi experiencia clínica en la práctica con bebés y niños/as que están transcurriendo su primera infancia y presentan una patología orgánica, he pensado y comprendido que dar escucha y reconocimiento al padecimiento de las familias e ir realizando intervenciones que permitan armar un lugar al recién llegado en la historia familiar, brindan la posibilidad de que los progenitores se habiliten nuevamente en sus quehaceres y disposición tierna a su hijo/a, y desde allí se reencuentren en su mirada con su pequeño/a. Se trata de reiniciar la apuesta al despliegue del juego de las identificaciones constitutivas de la subjetividad, en la más temprana edad.
* Julia Peltrin es Licenciada en Psicología y Profesora de Enseñanza Media y Superior en Psicología por la Universidad de Buenos Aires. Realizó la Especialización en Clínica Infanto-Juvenil en el “Hospital de Niños R. Gutiérrez”. Becaria de Investigación, Ministerio de Salud de la Nación. “Becas Abraam Sonis” 2017- Salud Mental-Unidad de Neonatología “Hospital de Niños R. Gutiérrez”-. Docente de la Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires.