El viaje de las adolescencias

Por Diego Velázquez*

No es novedad que la adolescencia convoca múltiples interrogantes, problemas, desafíos. Se aprecia en las consultas con padres, chicos y chicas. Pero también en las inquietudes de las escuelas, el escenario donde todas estas complejidades se despliegan.

Me gusta pensar que la adolescencia es un viaje, un trayecto, una travesía. Este carácter no estático, cambiante, de esta etapa de la vida, supone desconcierto y desorientación tanto en los chicos y chicas como en los adultos. No sabemos hacia dónde conduce, cuál es el desenlace de esta auténtica tormenta sexual, de géneros y vocacional; incluso hoy no sabemos la duración de este “viaje”. La adolescencia puede prolongarse de manera exagerada, en familias en las que no se encuentra la resolución de ese destino: padres o madres que no “sueltan”, que aseguran el no paso del tiempo bajo la mascarada de la adolescencia eterna (de los chicos, o a veces de ellos mismos).

Estamos en una época donde la juventud es completamente idealizada: los niños y las niñas quieren ser adolescentes; los adultos quieren ser adolescentes; los viejos son descartados porque no son jóvenes. En este contexto, los verdaderos adolescentes a veces no encuentran la orientación que supone confrontarse a verdaderos adultos en su casa o en la escuela. De allí que la confrontación con la generación anterior será necesaria y sana: no es una enfermedad, ya que se soluciona con el paso del tiempo (y con las cosas que pasen en ese tiempo). Una vez que cada adolescente encuentre su proyecto desde la base de su deseo, y no sólo a fuerza de encajar en el mundo del consumo, de la obediencia o del rendimiento.

Así, el sufrimiento adolescente (en sus múltiples formas de depresión, consumos dispersos, marcas o cortes en el cuerpo, problemas en el aprendizaje; o en su forma más trágica la pandemia de los accidentes de tránsito, todos temas que darían para otra entrega) necesita de un lugar donde ser depositado. Ese lugar somos los adultos y el mundo social (que muchas veces no ofrece mucho).

“La locura es no tener alguien que nos aguante”, decía Winnicott, y podemos pensar que los adultos somos los encargados de hacerles el aguante a los chicos, con ese esfuerzo que implica aceptar que ningún chico ni chica coincide con el ideal que esperamos de ellos. Como me dijo una colega una vez: “a los adolescentes no quieras entenderlos: son extraterrestres”. Aceptar primero esa ajenidad, esa extra-territorialidad, esa extrañeza, es la única forma de entender algo y hacerles más fácil el viaje.

* Diego Velázquez es licenciado en Psicología UBA. Magíster en Psicoanálisis UK. Profesor titular y adjunto UNLZ y UPE. Psicoanalista de niñxs, adolescentes y adultos. Supervisor. Coordinador de grupos de estudio. Autor de los libros “Lo que Lacan y Klein sabían del otro” (Editorial Letra Viva); ” Testimonios de la transferencia” (con Florencia Casabella,  Editorial Entreideas), y “La simbolización y la experiencia” (Ediciones de la UNLZ). Colaboró en medios de comunicación (Diario Perfil, Diario Tiempo Argentino, revista Zona Erógena, El Psicoanalítico, Radio Splendid, entre otros).

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