El fracaso escolar, un nombre de la exclusión

Por Marcela Chiarante*

Partiendo del discurso del psicoanálisis, en función de que el deseo en sí mismo permite acceder a los aprendizajes, me remito al tema del fracaso escolar.

El fracaso escolar no pierde su vigencia a pesar de los cambios de paradigmas, de los diseños curriculares que acompañan a los mismos, y de los métodos que se hallan insertos en los mismos. Las políticas educativas cambian, pero el fondo de la cuestión continúa con los mismos problemas desde hace años. Puedo hablar incluso recordando mi propia escolaridad, desde la experiencia particular, desde la observación en la distancia de compañeras y compañeros; y haciendo esa memoria encuentro innumerables fracasos.

Y llegó la pandemia con el ASPO y ahí ocurrió lo impensado: la debacle a mi parecer del sistema educativo, el colapso en sí mismo desde el nivel inicial hasta el secundario, que son los niveles de los que puedo dar cuenta. Nadie se encontraba preparado para tal tarea, planificada, pero al fin y al cabo improvisada, planificada desde la desesperación y la exigencia en la que se debía continuar dando clases a pesar de todo, haciendo seguimiento de alumnos, de familias en medio de la locura y el miedo a contagiarse. Fueron clases por zoom, meet, classroom e infinidad de plataformas que tuvimos que aprender a usar en el mientras tanto. De ahí el fracaso escolar, llevó al abandono por falta de conexión, de insumos, y hasta diría que, por falta de ganas, por falta de deseo de aprender; esto último en definitiva creo que es el primer punto de encuentro para el fracaso en éstos días.

El sistema educativo resultó excluyente una vez más, con motivos lógicos esta vez o por no prevenir situaciones de la vida actual en medio de la tecnología que aplasta. Siempre teorizando, olvidando las realidades de los alumnos, con diseños supuestamente perfectos pero que no supieron dar cuenta de que el fracaso era inminente, ya que las políticas educativas no estaban al día con la realidad de las familias. Los alumnos y alumnas no lograron sentirse parte, no se vieron incentivados por el deseo de aprender a pesar de la situación, y no se puede echar culpas a ellos ni a los docentes quienes son también, en muchos casos, los excluidos de este sistema. En la pandemia nos agotaron desde la política, con exigencias para ser vistos, para mostrar que se estaban ocupando de la educación, sin pensar realmente en las dificultades.

Teniendo en cuenta el tema de las integraciones escolares en ese contexto, creo que los más afectados fueron los alumnos y alumnas que se encontraban en proyectos de inclusión o en espera de los mismos, ya que, además de perder el contacto con la escuela como espacio y con sus pares, no recibieron en forma personalizada el seguimiento adecuado. Esto pudo verse en el “después de la pandemia”, cuando esos niños y adolescentes regresan repletos de carencias de todo tipo ya que las familias se vieron abrumadas, familias que normalmente necesitan ese espacio de escucha, de abrazo simbólico en las palabras.

El discurso que escucho, por ejemplo, en nivel inicial es “queremos la permanencia en el nivel porque no vemos avances que nos aseguren que la pase bien en la escuela primaria”, “nos sentimos contenidos aquí”. Innumerables discursos que dejan ver el miedo, la incertidumbre, y que condicen con los avances a largo y no a corto plazo como ocurría anteriormente.

En estas familias se sintió la exclusión. Por ejemplo, el retraso de las terapias por falta de organización familiar al estar toda la familia en casa, la realización de las mismas por zoom, donde en muchos casos niños que no se logran conectar en el cara a cara, menos logran hacerlo mediante una pantalla cuyo uso, además, está limitado por los diagnósticos ya que el uso de las mismas es contraproducente.

Es tras esta cuestión también que los vínculos se vieron afectados, el encuentro con el otro terminó siendo disfuncional; en muchos casos por dificultades dadas en la convivencia al tener que permanecer tanto tiempo bajo el mismo techo, sin las rutinas habituales, sin el rol que juega lo social, y el contacto con el “afuera”. El deseo se vio afectado por la falta de vínculos transferenciales, tal es así que en el caso de la escuela ese “otro” falló como mediador para que los alumnos y alumnas pudieran adquirir conocimientos significativos, Los niños, niñas y adolescentes se vieron sumidos en las pantallas como modo de distracción y de comunicación. Y en este proceso es donde no se logró convocar a los alumnos y alumnas, por no poseer reales dispositivos para el inédito proceso de aprendizaje.

Al día de hoy el fracaso escolar no tiene solución, por lo menos desde la perspectiva de la política educativa actual. Se regresó a las aulas, primero en burbujas, luego todos juntos, con actos de a poco al aire libre, ya ahora sin barbijos, y parece que todo regresó a la normalidad. ¿Pudimos aprender? ¿Qué podemos poner en marcha a partir de este proceso que atravesamos? ¿Cómo pensar a la institución escolar en estos tiempos? Una gran demanda recae sobre la escuela, ocupándose de todo menos de lo que realmente es la necesidad, de ver el valor que el dispositivo escolar tiene para los estudiantes, de ver las particularidades de los alumnos y alumnas, donde los contenidos prioritarios trataron de argumentar el proceso de enseñanza-aprendizaje sin adaptarse realmente a cada comunidad, a cada contexto institucional.

Por esto la hipótesis de cuáles son los motivos por los que surge el abandono o el fracaso escolar podemos pensarla desde la caracterización del sistema educativo como un sistema excluyente. No hablamos de los docentes, que se ocupan por demás de sus alumnos y alumnas, ni de la escuela en sí, sino de la política educativa que no construye desde los parámetros del deseo, del compromiso y de las posibilidades reales.

Queda pendiente el desafío de incluir en un nuevo diseño curricular una orientación respecto a salud mental, psicología, inclusión e integración escolar entre niveles para trabajar realmente articulando. Y tener en cuenta que el nuevo paradigma debe implicar nuevas formas de enseñanza, y que el aprendizaje debe ir de la mano del deseo por aprender, y valorar los contenidos según la escuela, la zona, pensando una educación popular en todo ámbito. Queda también pendiente un análisis profundo respecto a las nuevas tecnologías como forma de enseñar y aprender, ya que es muy difícil llegar a los alumnos y alumnas de hoy en esto de la escucha porque están abrumados por lo tecnológico. De esta manera la exclusión dentro del sistema educativo tal vez podría empezar a desaparecer.

* Marcela Chiarante es Docente de educación inicial, Actualmente tiene el cargo de directora. Formada como actriz titiritera. Realizó capacitaciones y cursos, se formó como estimuladora temprana y acompañante terapéutico, también cursa la carrera de psicopedagogía en la UNLZ.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *