“Caso” Lucio: horror, desamparo y derechos

Se escucha hablar en todos los medios del “caso” Lucio. Es fuerte la palabra “caso”, choca mucho, resulta deshumanizante y fría, distante, insuficiente para nombrar un dolor tan profundo, que como todo dolor es singular.

El nombre de cada quien también es singular. Lucio Dupuy fue un niño único, como cada niñx, y si bien es absurdo intentar buscar alguna reflexión a partir de una vida con tanto sufrimiento, y de una muerte atroz, también es verdad que ciertas historias trágicas nos sacudieron colectivamente con tanta fuerza que impulsaron reclamos, leyes, reconocimientos a ciertas necesidades… es decir que ampliaron derechos para la sociedad en su conjunto.

Entonces el “caso” Lucio es también lo que podamos hacer socialmente con lo que le tocó vivir. Ya no será solamente el horror privado para una familia y para quienes lo conocieron, sino algo que nos toque a todxs para que podamos trascender la conmoción y mirar alrededor.

En ese sentido, lo que esto nos puede permitir es conectar con lo que nos falta para cuidar a las infancias, para cuidarlas integralmente, para acompañarlas, asistirlas y, como adultos, asumir la responsabilidad de identificar y responder a cualquier vulneración. La fragilidad humana es enorme, mucho más en los primeros momentos de la vida donde casi todo depende del contexto, de las condiciones de vida, del amparo afectivo que nos pueda sostener.

Pero ¿cómo pensar esos cuidados? ¿A quién le tocan? ¿Quién los asume? ¿Cómo proyecta la vida de lxs niñxs?

Estar a la altura de ese cuidado requiere, entre muchas cosas, revisar algunos prejuicios muy instalados que no nos dejan ver lo que ocurre ante nuestros ojos: “No hay nada como la familia”. “Las mujeres son madres por naturaleza”. “La escuela es el segundo hogar”. “Un niño siempre está mejor con su mamá”. “Esto no puede estar pasando en una familia”. “Los lazos de sangre son fundamentales”. “Es mejor no meterse”.

Desovillando, tratando de mirar para atrás, analizando todo lo que no funcionó, es importante pensar cuáles de estas representaciones -y tantas otras- habrán pesado para que las cosas tomaran ese curso. Incluso, cuántas de estas frases sostienen violencias de todo tipo, fuerzan revinculaciones, presuponen cuidados inexistentes, nos hacen mirar para otro lado…

Abramos los ojos para atender al sufrimiento, el desamparo, la tristeza, la carencia. Comprometámonos para que los derechos de la infancia sean una defensa cotidiana, amorosa, colectiva, cercana y comprometida.

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